aporrean la puerta.
¿será la loca? no, es el hombre que lee el contador del agua. entra cauteloso, 'no sabía si vivía alguien en esta casa', me dice. y empiezan mis justificaciones sobre la fachada llena de grafitis, la
puerta destrozada, el
timbre que no funciona... me mira de arriba abajo: una mujer ca(r)nosa y grande en pijama, sola, con pelos de león despeinado y cara de sueño le está contando un rollo y él sólo quiere leer el contador y largarse.
algo que me dijeron el otro día me hizo pensar que quizá soy la rarita, la vieja loca solitaria que hay en cada barrio, en cada pueblo, encerrada en su ruinosa mansión.
estupor: nunca pensé que encajaría en esta categoría. y no sé si me gusta,
es lo que hay.
en mis clases de inglés (casi mi única incursión semanal con
gente) soy la polémica, la que lleva la contraria, la que ríe sin ton ni son y canturrea, la que se muerde la lengua ante las gilipolleces que oye en boca de sus compañeros, la harapienta.
la soledad de los excéntricos.
¿dónde os metéis, estrafalarios del mundo?
¡cómplices, salid de vuestras casas!
(os necesito.)