estos días sueño a menudo que vivo en casa de mis padres (una casa que no es la auténtica casa familiar) y sin embargo me desconcierto, en mi sueño, porque sé que tengo una casa propia pero no recuerdo ni dónde está ni por qué no la habito.
está claro que es mi miedo a tener que dejar probablemente mi casa lo que me lleva a soñar esto casi cada noche. y me pregunto por qué me aterra dejar una casa que apenas siento como mía en una ciudad que no es mi lugar.
y cada vez más a menudo me vienen a la cabeza pequeños recuerdos de un pasado que me parece impropio: yo, la amnésica de tan buena memoria, recuerdo cosas nimias e intrascendentes, como la primera vez que oí a los Smiths en un tren hacia París en una cinta grabada por Ramón, o cómo eran mis desayunos de pan gallego recién hecho y mantequilla casera en los veranos de mi adolescencia, o mis botas de agua amarillas cuando recogía fresas en Escocia o...
me gusta recordar que existió otra persona tan real o más que la actual, otra que fui yo.
qué vértigo. que no sólo existe la abrumadora y dolorosa realidad de esta que soy yo ahora desde hace unos años, este yo gris y sin sueños.
recordar es otra forma de soñar.
y hoy recuerdo (recuerdo ficticio pues yo no estaba allí) a mi madre desayunando cada mañana en el Retiro, compartiendo su pan con las ardillas descaradas que solían vivir en ese parque hace años. y me pregunto qué soñaría mi madre, qué desearía, qué sentiría, mi madre como mujer, la mujer llamada Alicia, una mujer que no conocí, que no voy a conocer jamás.
y sí, quizás no estemos tan lejos mi madre, las ardillas y yo, quizás estamos sentadas en el mismo banco, esperando que se acabe el desayuno para levantarnos y sacudirnos las migas.